1.9.08
El arte de escribir
Desde el momento en que el hombre escribe y expresa sus pensamientos en forma comprensible a los demás, se cumple el fin del lenguaje «transmitir lo pensado a lo escrito».
1El uso del lenguaje es un fenómeno complejo en el cual si fácil no es hablar, tampoco lo es escribir con corrección.
Martín Vivaldi, 2 al tratar el tema, se refiere a las expresiones de Fidelino de Figueiredo, el cual afirma: “La vida, la palabra y el pensamiento son inseparables; pensar y saber es querer decir y poder decir, porque lo que el hombre siente y piensa lo incorpora al mundo de las palabras.
El juicio, pieza nuclear del pensamiento lógico, sólo existe en el cerebro del hombre por su traducción en frase”.
Todos se han encontrado alguna vez con el problema de descifrar algo escrito por quien ignora lo más elemental del arte de escribir, y se puede decir que no es por lo que escribe sino por el cómo lo escribe. El pensamiento más sencillo resulta ininteligible en ciertas ocasiones. El estilo de la escritura añade precisión, elegancia, claridad y armonía al texto que se expone.
Toda persona necesita expresar sus pensamientos de forma escrita con corrección y elegancia. Es preciso emborronar muchas cuartillas, tachar y corregir constantemente, la habilidad se adquiere a fuerza de tropezar con las dificultades. Algunos dicen2 que escribir es un don del cielo, aunque es verdad que algo de este arte no se aprende; mucho depende del empeño y el trabajo. Pensemos, por un momento, en las palabras del estilista francés L Veuillot2 «A fuerza de trabajo se puede llegar a ser un escritor puro, claro, correcto e incluso elegante». El arte de escribir es el producto de un arduo esfuerzo.
El estudio de los manuscritos y de cada una de sus ediciones revela las numerosas correcciones que experimentan las obras antes de ir, definitivamente, a la imprenta. Escribir es luchar con las palabras y las frases, corrigiéndolas una y otra vez. Este arte lleva consigo la virtud de la paciencia. Cada uno podrá crear un estilo propio para expresar sus ideas y pensamientos.
A la luz de estas reflexiones, pensemos en Fialho de Almeida,3 quien expresó: «Sólo para criar la lengua son necesarios veinte años de trabajo»; en Tito Livio,3 que aún teniendo a su disposición los archivos del imperio, trabajó durante veinte años en la elaboración de la historia romana; en el poeta alemán Johann Wolfgang,3 conocido por Goethe, una de las figuras cumbres de la literatura de su país y de las altas letras universales, el cual dedicó largos años en escribir la obra Götz von Berlichingen, que cambió constantemente su forma; en el poeta latino Virgilio Maron que demoró doce años en componer la Eneida, gran epopeya nacional y religiosa,3,4 y qué decir de Gustavo Flaubert,3 novelista francés, maestro del género realista y prosista, considerado como el gran artífice de la forma, que se levantaba de la cama para transformar una expresión y pasaba noches enteras en reelaborar cinco o seis veces una simple página.
Aprender a utilizar nuestra lengua nos obliga a estudiar sus infinitos recursos para huir de la monotonía y pobreza de vocabulario. La gramática -como dice Salvá- si bien es el primer libro que toma en las manos quien se propone estudiar la lengua, llegará sin dudas a convertirse en un compañero inseparable de aquel que nunca pierde de vista el ánimo de perfeccionarse en ella.3
Todo escritor debe procurar ver en sí mismo la revelación a perpetuidad de su persona y obra. Rodríguez Marín -erudito español- afirma que quien escribe sólo con palabras es como el que construye exclusivamente con ladrillos; si se desea decorar y embellecer el edificio se han de utilizar también las esculturas y las tallas.3
En los escritos deberán no sólo estar presentes frases hechas, sino pensamientos e ideas que contribuyan a engrandecer nuestras aseveraciones y nuestra autoridad en la escritura. Un académico no está excepto de estas exigencias porque el arte de escribir también está presente en los trabajos científicos. La ciencia precisa de conocimientos rigurosos, objetivos y receptivos a la crítica.5
Los aportes científicos requieren de precisión al presentar los resultados, ellos deben de estar distantes de lo fugaz y lo impreciso.
Sin libros y revistas, sin artículos, ponencias o informes de investigación, la ciencia moderna resultaría inconcebible. Es, por lo tanto, imprescindible para cualquier científico, investigador, profesional o estudiante, el dominio del lenguaje escrito y de sus diferentes formas en el ámbito de la comunicación científica.
En el lenguaje científico las frases deberán ser exactas y claras, porque las largas fatigan el espíritu, distraen la atención y terminan por apartar la visión del objetivo principal. El dominio de la expresión escrita y la formación académica sólida es difícil; aunque muchas personas poseen una considerable experiencia acumulada, al respecto Charles Darwin, confesaba al final de su vida «todavía tengo la misma dificultad que antes para expresarme clara y concisamente.»6
Si el genio -según expresión conocida- es hijo en gran parte de la paciencia, si los grandes del mundo literario deben, asimismo, su grandeza a la capacidad de trabajo; fácil será comprender que el reto para el académico y el profesional radica en la creación de su estilo propio de escritura, sobre todo si se considera que en el arte de escribir está la perpetuidad de su trabajo a las futuras generaciones.
Referencias bibliográficas
1. Alfonso Sánchez I. Un mensaje para quienes escribir es algo insignificante [Editorial]. Acimed 1999; 3(2):77-9.
2. Martín Vivaldi G. Del pensamiento a la palabra. Curso de redacción: teoría y práctica de la composición y del estilo. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1970:16-7.
3. Lasso de la Vega J. Técnicas de investigación y documentación: normas y ejercicios. 2 ed. Madrid: Paraninfo, 1980:288-31.
4. Toro Gilbert M de. Pequeño Larousse Ilustrado. París: Laurousse, 1964:1646.
5. Sabino CA. Cómo hacer una tesis y elaborar toda clase de trabajos escritos. Santa Fe de Bogotá: Panamericana, 1996:8.
6. Darwin CH. Recuerdos del desarrollo de mis ideas y carácter. Barcelona: El Laberinto, 1983:125.