19.10.08
Una lección que debe apender(se)
Larcery Díaz
Domingo DE "La República"
Kolumna Okupa. Luciana. Magaly y la delgada línea roja
Por Rocío Silva Santisteban
Detesto y aborrezco lo que dice Ud. en este instante, pero defiendo con mi vida su derecho a decirlo...". Con estas palabras, más o menos, Voltaire esgrimió una defensa abierta a la libertad de conciencia y de expresión frente a uno de sus rivales. Este criterio jamás es blandido en nuestras discusiones caseras pues tendemos a culpar a los hombres o mujeres y no a sus ideas. Sin embargo la posibilidad de discrepar es parte del juego democrático y, dentro de los márgenes de la ley, todo es posible, incluso plantear divergencias radicales pues no existe delito de conciencia.
¿Puede alguien decir en un periódico que está a favor de comandos de limpieza social? Puede hacerlo, de hecho hay racistas y sexistas y homofóbicos que escriben en las páginas de varios periódicos locales, y tienen el derecho de expresar sus repudiables ideas. Pero eso sí, este derecho puede ejercerse sin lastimar a los demás, cuando dañamos al otro concreto nuestro derecho tiene límites.
Discrepo absolutamente de las técnicas, estrategias y métodos de Magaly Medina, me parece que su programa es una forma de adormecer las conciencias, que azuza lo peor de nosotros mismos frente a nuestros problemas concretos, que apela a esos sectores cínicos y resentidos que los peruanos no hemos podido superar.
Magaly TV es una programa que hace uso de un discurso moralista que, tras juegos de lenguaje, de cámaras y edición, organiza un imaginario autoritario. Parece un simple programa de chismes y de exhibición pública de pecados privados, pero es mucho más que eso: es una manera de hacer entender a la opinión pública que una cámara puede arrogarse el derecho de inmiscuirse en lo más personal de los demás.
No obstante, creo que ella y su productor tienen todo el derecho de tener ese programa siempre y cuando no rebasen los límites: no hagan daño concreto a otro. Quizás esta perspectiva del "daño concreto" sea demasiado jurídica pues apunta a individualizar y cualificar el efecto de una acción dañina; también podríamos alegar que el daño causado por el programa es a las mentalidades de toda la audiencia. Si se trata de daños colaterales, entonces, pues hace rato que Magaly Medina merecería cadena perpetua.
Pero este otro daño "a toda la audiencia" no se puede cuantificar, no se puede medir, y, por lo tanto, no es plausible de ser criminalizado. Ergo: no podemos parar un programa por un daño potencial y ambiguo, pues esa prevención choca con el derecho de Magaly Medina de poder expresar esas ideas, aunque no estemos en nada de acuerdo con ellas. En otras palabras, y siguiendo a Voltaire, defiendo el derecho que ella tiene de hacer esos bodrios televisivos. ¿Por qué? Porque ella no tendrá razón, porque ella puede estar completamente equivocada, pero el sistema de derecho tiene que estar por encima de ella, y de mí, y de ti, ennubado lector o lectora.
Sin embargo, como lo dije arriba, ella y su productor juegan en ese espacio de la cancha oscuro, flexible, viscoso, y muy peligroso para ellos mismos, en tanto que lo usan como "cortina de humo" para poder muchas veces dañar al resto a costa de conseguir un "buen ampay". Magaly Medina y su productor juegan a bordear, sobrepasar, borrar y distender esos límites que la ley fija y defiende (dicho sea de paso, los anunciantes del programa de Magaly también han aprendido a jugar con esos límites cuando le dan "luz ámbar", eternamente, pero nunca la temible "luz roja" que la sacaría a ella, pero sobre todo a ellos, de la escena mediática).
En esta ocasión de la "difamación a Paolo Guerrero" el juez, en una sentencia que llama poderosamente la atención, le ha dictaminado pena efectiva, al parecer por sus antecedentes judiciales (hace algunos meses a Angie Jibaja también se le dictaminó esta pena que es muy inusual en nuestro sistema judicial). Como dijo Patricia Salinas en un programa de TV, "se la ungido como la Micaela Bastidas de la libertad de expresión". Pues doblemente lamentable: por un lado, porque convierte en absurda heroína a una periodista de espectáculos sin muchos escrúpulos; por el otro, porque es la primera vez que en la prensa peruana se dicta prisión efectiva por difamación, sentándose un precedente negativo que puede ser usado más adelante contra los periodistas probos que se oponen a la corrupción.
Suplemento DOMINGO, de La República.Domingo 19.10.08
http://www.larepublica.com.pe/content/view/250494/