15.11.08

 

DE POTO A LA REALIDAD
Por: Miguel Godos Curay
Los piuranos son irreverentes hasta lo grotesco y perverso. Lo he constatado recorriendo y observando con detenimiento lo que a ojos de todos merece sumo respeto. La sección antigua del cementerio San Teodoro que guarda las venerables cenizas de nuestros próceres de la independencia, de nuestros antepasados, es una letrina. En Piura y en sus pueblos aledaños no hay rincones más meados que los muros de las escuelas, locales comunales y capillas. Los paredones de la iglesia de Narihualá construida sobre un santuario tallán en un altozano desde el que se domina todo el valle. Ha sido rallado salvajemente con inscripciones impropias por tanto escolar, poco educado, que visita el complejo arqueológico sin el elemental respeto por su pasado.
Podríamos mencionar otros rincones convertidos en pizarrones de los desatinos como las paredes de la ciudad, los servicios higiénicos de la universidad pública y la biblioteca municipal. El pedestal de Ignacio Merino, en el corazón de la ciudad, donde no quedan los filetes de bronce y en donde jovencitos revejidos se deslizan con indiferencia absoluta sobre sus patines. Se dice que el algarrobo es símbolo de Piura pero todos los alcaldes se empecinan en arrancarlos de cuajo en las ciudades ignorando que son beneficio y necesidad urgente para todos. En Sullana, por ejemplo, por una estupidez injustificable la plaza de armas es hoy un corralón iluminado en donde se perdió el solaz y el buen gusto. Otra salvajada edilicia fue la que se perpetró en Tambogrande en donde los umbríos ficus en el que retozaban ardillas y chilalos fueron ultimados tras un remedo torpe de progreso.
Dice el sentido común que ahí en donde se siembra cemento se roba sin miramiento. Por eso la complicidad rapaz del concreto oculta robos. Podemos encontrarla en las plataformas deportivas en los barrios pobres, en las grutitas que todas las asociaciones de padres de familia se empecinan, en dejar en los colegios para santificar sus robos.
Aún recordamos lo expresado por Monseñor Cantuarias respecto a la elocuente religiosidad piurana. Decía Monseñor que de trescientos sesenta soles recogidos en las alcancías de la catedral. No menos de trescientos cincuenta eran falsos. De este revés es nuestra fe. Mucho ruido, mucha exhibición, mucha caminata a Ayabaca o a Paita pero cambio personal nada. Mucho arrepentimiento sin propósito de enmienda. Mucho esfuerzo humano para morir en la playa de la inacción, de la doble cara y el engaño. No cambiamos nada. No relacionamos nunca el amor a Dios con el amor a sí mismo que nos permita vivir en entornos limpios y saludables. No pensamos que el la limpieza de la conciencia tiene que conectarse con la limpieza del cuerpo y del ambiente.
No hemos aún decidido parar la carreta del desbarajuste para analizarnos críticamente y mirar con sinceridad lo que somos y cómo estamos y no seguir jugando con nuestras posibilidades de futuro. Últimamente nos hemos dedicado a preguntar a los que piensan y a los que no piensan: ¿Qué no está pasando? ¿Por qué nos solazamos en el atraso?, ¿Cuáles son nuestros problemas?. Y las respuestas son realmente sorprendentes. En Piura estamos desaprobados en salud y educación. Tenemos que cambiar nuestra forma tan fácil de pensar sin mirar la realidad. Hace mucho tiempo contemplabamos que buena parte de nuestros pintores siempre representan a sus personajes de espaldas. Nunca mirando de frente. Es un leit motiv. Una forma de mirar la realidad tan despojada de sentido.
Ese ejercicio de representación de nuestros artistas nos hizo pensar mucho porque también es una actitud de nuestros políticos, nuestros planificadores, nuestros profesionales, los piuranos de cuello y corbata y los de pie en el suelo, los que enseñan y los que se educan, los que leen y los que escriben: dar espaldas a la realidad. Con jocosidad solemne alguien me dijo vivimos de poto a la realidad. Ese el problema.

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