22.10.10
Física y Filosofía
¿Qué filósofo se sentaría a pensar sobre la esencia de las cosas, si no tuviera al menos un conocimiento intuitivo de la ley de la gravedad que le asegura que no saldrá volando de la silla en la que se sienta? ¿Qué físico se molestaría en estudiar las leyes que rigen la caída de un coche por una pendiente, si no tuviera la creencia, enteramente filosófica, de que coche y pendiente existen o pueden existir y no son un mero producto de su imaginación?
La Física es necesariamente descriptiva, nos dice cómo y cuánto suceden las cosas. Por eso su máxima aspiración es descubrir leyes, es decir, reducir el comportamiento de las cosas a regularidades comprobables y repetibles. El objeto formal de la Filosofía es, más bien, buscar el qué, el porqué y el para qué de las cosas.
Física y Filosofía se encuentran hoy en los extremos opuestos del espectro de asignaturas estudiadas en los colegios. Es difícil encontrar dos asignaturas aparentemente más diferentes. Sin embargo, tienen una larga historia en común. Desde los comienzos del pensamiento griego y durante siglos, la Física fue considerada como una parte de la Filosofía.
Tanto el término "física" como el de "metafísica" (que podemos considerar para nuestro propósito como sinónimo de filosofía), provienen de la colocación de los libros de la obra de Aristóteles: los primeros se referían a , ta physiká, "las (cosas) físicas o naturales" y los siguientes a , ta metaphysiká, "las (cosas) que están después de las físicas". En latín se denominaba a la Física philosophia naturalis, filosofía natural (siendo "natural" la traducción directa del griego "física"). Estas coincidencias terminológicas son reflejo de la unidad real que existió durante siglos entre estas disciplinas. Se consideraba que el estudio de la Naturaleza de las cosas, la Física, era parte integrante del amor por el saber en general, la Filosofía.
Es en el Renacimiento cuando se rompe esta unidad y la Física se desprende del cuerpo de la Filosofía como un saber independiente. Desde esta separación, el prestigio de la Física no deja de aumentar como consecuencia del gran progreso científico y técnico que se produce de forma prácticamente ininterrumpida durante los últimos cinco siglos. Paralelamente al incremento del prestigio de las ciencias físicas, se va produciendo un cierto decaimiento de la Filosofía que culmina en el "pensamiento débil" de nuestra época actual.
Debido a la desigual suerte de ambos saberes, en muchos ámbitos se piensa que el tipo de conocimiento típico de la Física debería constituirse en el modelo de todo conocimiento. A menudo podemos escuchar a físicos famosos que exponen sus teorías filosóficas sobre el mundo, el ser humano, la libertad o Dios de una forma pretendidamente "científica".
No es nuestra opinión que los físicos no puedan hablar de Filosofía, la búsqueda de la verdad es siempre buena. Pero sí creemos que es necesario que se den cuenta de que lo están haciendo. Un físico puede hablar de Filosofía, siempre que sea consciente de que ya no habla de Física, de que ha pasado a un nuevo ámbito del pensamiento humano.
Esta pequeña precisión tiene consecuencias fundamentales, puesto que Física y Filosofía tienen objetos diversos, métodos muy distintos y consiguen tipos de certeza diferentes para sus afirmaciones.
En cuanto al objeto, ambas buscan verdades, pero no buscan las mismas. La Física es necesariamente descriptiva, nos dice cómo y cuánto suceden las cosas. Por eso su máxima aspiración es descubrir leyes, es decir, reducir el comportamiento de las cosas a regularidades comprobables y repetibles.
El objeto formal de la Filosofía es, más bien, buscar el qué, el porqué y el para qué de las cosas en su dimensión más profunda y básica. En cuanto al objeto material, la Filosofía se ocupa de un campo mucho más amplio que el de la Física. Esta última se limita a estudiar las cosas medibles, mientras que la Filosofía se ocupa ciertamente de estas, pero abarcando también las no mensurables como la belleza, la esencia del ser humano o la bondad.
El método físico es el método empírico, cuyo descubrimiento suele ser atribuido a Galileo (quien utilizó la bella imagen de que Dios escribió el libro de la creación en el lenguaje de las matemáticas). Así pues, para los propósitos de las ciencias físicas, el procedimiento adecuado es el experimental, la búsqueda de datos empíricos mensurables.
Las teorías no tienen utilidad más que en cuanto hipótesis que deben ser comprobadas por experimentos o en cuanto formulación matemática de los datos obtenidos por estos experimentos. Es evidente que este método no puede ser aplicado a realidades que no sean fácilmente sometibles a estos experimentos.
El principio de causalidad, por ejemplo, no es objeto de experimento, ya que, desde el punto de vista puramente empírico, "A es causa de B" es indistinguible de "A siempre precede a B", como puso de relieve Hume. Para discernir la verdad del principio de causalidad, es necesario hacer una aplicación de los primeros principios del pensamiento, especialmente del principio de razón suficiente.
Los grados o tipos de certeza que ambas ciencias consideran suficientes para sus afirmaciones son también muy distintos. La consecuencia del método empírico es que sólo se aceptará como válida cualquier experiencia que pueda ser reproducida a voluntad, cualquier medida cuya exactitud pueda ser comprobada por otros. Es una certeza experimental o científica.
Sin embargo, en Filosofía se trata a menudo con verdades que no son susceptibles de conseguir una certeza de este tipo. La existencia de Dios no puede ser probada mediante experimentos científicos exactamente repetibles a voluntad (si plegarias del tipo "Dios, si existes, haz que caigan piedras del cielo" fueran escuchadas siempre, la existencia de Dios adquiriría una certeza de tipo científico). La belleza o la bondad no se pueden medir. El pensar filosófico busca, pues, otros tipos de certeza: la lógica de una afirmación, su armonía con otras afirmaciones, su adecuación a los primeros principios del pensamiento, la verdad de sus posibles consecuencias, etc.
Así pues, el ideal del conocimiento para las ciencias físicas es un conocimiento impersonal, lo menos subjetivo, incluso lo menos humano posible. Sin embargo, el conocimiento filosófico no puede dejar de ser humano; es más, cuanto mayor profundidad humana posea, más verdadero será también.
Esto no significa, como a veces se piensa en medios científicos, que sea una mera construcción ideal o subjetiva: todo conocimiento verdadero debe basarse en la realidad de lo conocido. Pero en el caso de la Filosofía esta realidad a menudo no se puede percibir de forma empírica sino sólo experiencialmente. La comprensión de la belleza, de la verdad o de la esencia del ser humano, por ejemplo, no puede realizarse sino mediante experiencias profundamente humanas. De nada serviría intentar medir la esencia del hombre o pesar el principio de causalidad.
Cuando se mezclan los objetivos, los métodos o los tipos de certeza de las dos disciplinas, los resultados son generalmente desastrosos. La historia está llena a rebosar de ejemplos de malentendidos causados por la invasión por una disciplina del territorio de la otra.
Para Aristóteles, el estado más perfecto de los cuerpos era el reposo en el espacio natural o el movimiento circular (nótese que la perfección es un concepto filosófico). Desde el punto de vista aristotélico, los cuerpos tendían, pues, naturalmente hacia el reposo como el estado mas "perfecto", con lo que no tenía sentido que un cuerpo en movimiento tendiese a continuar en movimiento. Esta idea, aplicada a la Física y unida al natural prestigio de Aristóteles en el campo filosófico, impidió durante más de mil años el descubrimiento del principio de inercia, base de toda la Física postnewtoniana..
Como ejemplo, entre los muchos existentes, de invasión por la Física de un terreno puramente filosófico podemos tomar un caso más cercano a nuestro tiempo. El comunismo, un sistema de pensamiento indudablemente filosófico, pretendió ser una ideología científica implantando un férreo materialismo absoluto, entre otras ideas pretendidamente científicas, con las desastrosas consecuencias que todos conocemos.
Los teóricos marxistas exigían que conceptos filosóficos como Dios, el alma o la libertad humana alcanzaran un grado de certeza que no les correspondía, la certeza física de los experimentos de magnitudes observables y medibles. La conclusión inmediata era que, puesto que no permitían este tipo de certeza, no podían existir.
Es peligroso, por otra parte, al intentar distinguir claramente la Física de la Filosofía, separarlas radicalmente. Podría parecer que dividimos la verdad en verdades radicalmente distintas y sin relación mutua.
Ambos saberes, el filosófico y el físico, son necesarios. Más aún, el que practica uno de ellos necesita ineluctablemente del otro, aunque sólo sea de un modo indirecto o muy simple. ¿Qué filósofo se sentaría a pensar sobre la esencia de las cosas, si no tuviera al menos un conocimiento intuitivo de la ley de la gravedad que le asegura que no saldrá volando de la silla en la que se sienta? ¿Qué físico se molestaría en estudiar las leyes que rigen la caída de un coche por una pendiente, si no tuviera la creencia, enteramente filosófica, de que coche y pendiente existen o pueden existir y no son un mero producto de su imaginación? Estos dos ejemplos, ciertamente triviales, no son más que una muestra de la interconexión necesaria de los distintos conocimientos que puede adquirir el ser humano.
Física y Filosofía no son sino distintas parcelas del saber humano. No son ni pueden ser opuestas, son complementarias. La distinción de ambas disciplinas obedece a la enorme riqueza de la realidad, que no puede ser aprehendida mediante un único método de conocimiento.
Las verdades obtenidas por cada uno de los dos métodos no son sino parte de una única Verdad, tan maravillosa que la humanidad no terminará nunca de comprenderla del todo.
Podemos compararlas a melodías de distintos instrumentos que el compositor conjuga para conseguir un todo armonioso y mucho más bello y completo que cualquiera de las melodías por separado. Por suerte para todos, la Verdad no es melódica sino sinfónica.