29.11.11

 


Cebrián, el europeo



Por: Mirko Lauer
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Pocos emisarios puede enviarnos Europa, en esta hora de volver a mirarse en el espejo, tan agudo como Juan Luis Cebrián. Su visión de los problemas de la unidad europea a través de la comunicación y de los medios, presentada en un ensayo del 2002, sigue llena de guías para la reflexión sobre ese continente.

Ya hace 10 años la perspectiva de Cebrián era amablemente escéptica: la unidad de Europa era conveniente, incluso necesaria, pero las circunstancias históricas y los europeos mismos no colaboraban mucho. ¿Qué nos dirá sobre el ruedo europeo ahora que llega a Lima con una preocupación más económica que periodística?

El eje de sus preocupaciones entonces era que no había realmente un sentimiento paneuropeo que diera la impresión de estar abriéndose paso frente a los parroquialismos de todo tamaño e intensidad. Más bien, decía, que no había vehículos mediáticos suficientes o significativos para el desarrollo de ese sentimiento europeo.

Su conclusión de entonces: que Europa debía resignarse, aunque no es la palabra que usó, a su multiplicidad y aprovecharla para construir una identidad que fuera algo más sofisticado que solo un país más amplio que sus partes constitutivas. Para eso Europa tenía que hacerse la idea de algunas realidades complicadas.

Por lo pronto la de una “unidad múltiple” atravesada por fuertes presencias extracontinentales. Partiendo de la anglosajona heredada de las dos guerras pasadas, la segunda y la fría. Pero también la presencia de los nuevos inmigrantes del tercer mundo circundante, con el famoso desafío de las antiguas colonias.

Hacía notar entonces Cebrián que lo más parecido que tiene Europa a una lingua franca es el inglés, y lo más próximo a un ejército común es la OTAN, dos realidades que no han cambiado. El euro todavía era algo nuevo entonces, luego de decenios de presencia dominante del dólar estadounidense, y traía puestas muchas esperanzas.

Para Cebrián la naturaleza complicada de los cambios se estaba reflejando entonces más en los medios que en las directivas aglutinantes de Bruselas. Lo más concreto la manera cómo países y regiones se han aferrado a sus idiomas y sus medios, y convertido a estos últimos en virtuales símbolos de sus identidades particulares.

No parece desmedido pesimismo suponer que ahora algunos escollos para la mejor unidad europea van a intensificarse. El euro corre peligro de volverse una moneda de la dominación interna, y los países más atribulados se van a atrincherar en sus identidades tradicionales. La visión de los capitales venidos de fuera va a cambiar.

La lección de aquel luminoso texto del 2002 (que aún cuelga en la red) es que a pesar de sus avances la unidad europea nunca fue fácil, y que las fuerzas culturales que se le oponen gozan de tozuda buena salud. Sin duda la conferencia magistral que Cebrián dictará mañana en la PUCP, y que se podrá seguir desde la página web de La República, será la prolongación de sus antiguas reflexiones en un nuevo contexto.

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